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sábado, 27 de marzo de 2010

CRUJIENTE



Llevaba un año independizada y aun no me acostumbraba. Toda la vida dependiendo de mamá no podía ser. Cuando tuve mi primer trabajo pensé que era el momento. Después de buscar varios pisos de alquiler y calcular lo que me quedaría para mis gastos, me decidí por uno en Badalona, ni muy lejos ni muy cerca de mis padres. Cuando les di la noticia no se lo tomaron muy bien; aunque por fin lo entendieron, era suficientemente mayor para tener mi propia vida. Lo peor de ser independiente son las faenas domésticas, limpiar, lavar, planchar y sobre todo cocinar, ¡ay si, cocinar! No sabía hacer nada, ni un simple huevo frito, y la verdad, es que cuando llegaba de trabajar, estaba tan cansada que no tenía ánimos para guisar, comía cualquier cosa que encontraba en la nevera. Esto de ser ama de casa era peor de lo que me imaginaba. Después de cumplir dieciséis años no quise seguir en aquel instituto, ¿estudiar?, ¿Para qué? Trabajaría, me ganaría la vida, y me podría comprar toda la ropa que quisiera, e iría a la última. Mis padres me daban muy poco dinero, después de las malas notas que traía, decían que si no cumplía con mi deber, no tenía derecho a nada. El problema fue cuando comencé a buscar, la cosa no era fácil, pasaron meses y meses y la situación no cambiaba, en todos los sitios me exigían el graduado, y yo fui incapaz de sacarlo; sin embargo, después de un año sin resultados, decidí volver, y al final lo conseguí y además continué estudiando; aunque no quería renunciar a buscar un trabajo. Ahora trabajaba y estudiaba; era duro; pero valía la pena. Después de muchos meses sin apenas relacionarme con mis padres, un buen día llamé a mi madre y acepté su invitación para ir a comer. Cuando llegué a casa, un olor a pan recién hecho me empezó a evocar épocas pasadas, a mi madre siempre le había gustado preparar su propio pan, y eso era una de las cosas que más echaba de menos. Allí le estaba esperando, redondo, con una corteza crujiente, y un color ocre que le daba un aspecto muy atractivo. Me senté en la mesa y empecé a degustar aquella comida casera a la que siempre le di poquísimo valor, supongo que por la cotidianeidad del día a día; pero después de tanto tiempo sin saborearla comenzaba a valorarla. Un bizcocho esponjoso con un horneado perfecto, fue el colofón a aquella velada, que se alargó hasta bien entrada la noche. Cuando me despedí, les prometí volver más a menudo a visitarlos y saborear aquel pan que tantos recuerdos despertaron en mí.

martes, 9 de marzo de 2010

¡QUÉ NEVADA!





Lo de ayer fue como dice Bisbal "ALGO INCREIBLE". Hacía más de veinticinco años que no veía una nevada como la de ayer, en mi pueblo Santa Coloma de Gramenet. Cuando salí de casa creía que estaba en Andorra, árboles blancos, calles con un palmo de nieve, los niños tirándose bolas, en fin, una verdadera postal de navidad en casi entrada la primavera. A pesar de todo esto tan bonito, también existen los inconvenientes, los resbalones, los coches patinando, y lo peor, los transportes públicos sin funcionar. Todo esto convirtió la ciudad en un verdadero caos. Y es que no estamos acostumbrados a estas cosas, porque, ¿quien se esperaba a las nueve de la mañana-que simplemente llovía un poco- que acabaría el día como acabó? De todas maneras cuando pasen unos cuantos meses siempre nos acordaremos de lo bueno, y de lo bonito que fue aquel día que cayó "La gran nevada"

viernes, 5 de marzo de 2010

SÁBADOS LITERARIOS DE MERCEDES



PERDIDA EN LA GRAN CIUDAD

A Laura no le gustaba mucho ir en coche por Barcelona, el aparcamiento estaba fatal y además le costaba reconocer las calles; aquel día no tenía más remedio que decidirse y cogerlo, iba cargada de libros y material para las oposiciones, el camino lo conocía muy bien y tenía entendido que donde realizaban la prueba era posible aparcar. ¡Pobre ilusa! Nerviosa, pero animada en aquella jungla de asfalto llena de coches, agarra el volante con decisión y va sorteando a todos aquellos coches que parecen estar en una carrera de fórmula uno. En cada semáforo, los rugidos de los motores son atronadores, preparados para salir a toda mecha cuando éste se abre. El momento más fulgurante es cuando se cruza la calle Aragón con la Diagonal, hay tal cantidad de automóviles que asusta de verdad; aunque una vez pasa este obstáculo, todo va como la seda. Por fin ya está en la calle Carlos III y llega al centro. Sin embargo, ¡oh, desilusión!, el vigilante le indica la imposibilidad de aparcar dentro y que se busque la vida. ¿Y ahora qué? No tiene ni idea de dónde ir, y comienza su odisea por la gran ciudad; vueltas y vueltas, cinturón de ronda arriba, cinturón de ronda abajo, llega a la altura del campo del Barça, Ya no puede más, baja del coche y comienza a preguntar y preguntar. Después de tantas peripecias, consigue volver al punto de partida y, con una cara de lo más compungida, le pide al vigilante que le permita aparcar. Éste, tocado en su fibra sensible, se compadece y se lo permite.
Menos mal que, como dice el refrán: “Bien está lo que bien acaba”. El examen fue bien y para celebrarlo se fue con sus amigas a la Plaza Cataluña; en concreto a pasear por las Ramblas. Y después a relajarse en uno de los tantos chiringuitos que te encuentras a lo largo de ellas, allí se divirtió y acabó por olvidar toda aquella aventura, que ojalá nunca más volviese a repetir.