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miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA MADRE NATURALEZA

En estos días navideños comemos demasiado, y después, se ponen aquellos quilos que luego cuestan sudor y lágrimas de bajar. Por eso, como tenemos complejo de culpabilidad, en aquellas jornadas no festivas, decidimos darnos un respiro, caminar un poco y dejar esa vida tan sedentaria que llevamos. Uno de esos días, mi marido y yo decidimos hacer un poco de ejercicio, y nos fuimos por la montaña a bajar calorías. Como esta labor no la realizamos muy a menudo, nos cansamos enseguida, así es que decidimos pararnos en una roca y mirar el paisaje. Cuando te pones a observar la naturaleza, la verdad es que te quedas boquiabierta de ver la grandiosidad que te rodea. Esos árboles, esas montañas, son algo tan maravilloso, que te sientes que formas parte de ella. Aquí es donde se encuentra la esencia del hombre. No me extraña que Jesucristo según dicen se retirara a la montaña a encontrarse con Dios y hablar con él de tú a tú. Seguramente es el único lugar donde te encuentras a ti mismo, y hay un silencio tan grande, que podemos escuchar la voz del creador; y si es así, ¿qué más nos hace falta?.

domingo, 21 de diciembre de 2008

CUADRO DE PORCELANAS

No creas que te he olvidado, me acuerdo mucho de ti. Fuiste mi primer reconocimiento como artista. Cuando te pintaba notaba en cada pincelada la suavidad y el lacado de tu superficie. Me costó mucho acabarte; pero cuando lo hice me sentí muy orgullosa de la obra bien hecha y aunque no te miro siempre, cuando lo hago me quedo contemplándote con la boca abierta. Y pensar que de una tela blanca saliste tú, ¡es increíble! Siempre te llevo en mi corazón y cada cuadro nuevo que comienzo me acuerdo de tu aroma, de tu sencillez, de tu brillo. Me he desprendido de muchas de mis obras; pero nunca me desharé de ti; porqué tú eres mi origen; mi vida. Nunca pensé que te diría esto: Te quiero y creo que si volviera a nacer te querría igual, te volvería a pintar y te volvería a sentir dentro de mí. Es un sentimiento tan fuerte que a veces hasta duele; pero vale la pena por tenerte a mi lado.

No me olvides, al menos yo no lo haré. Tu admiradora secreta

miércoles, 10 de diciembre de 2008

EL MUÑECO DE NIEVE

María era una niña a la que le encantaba la nieve; aunque la había visto más bien poco. Su madre siempre le contaba aquella nevada de finales de 1962, y ella vivía sólo esperando a que volviera a nevar. La verdad es que resultaba difícil porque en un pueblo cerca de la costa catalana eso de nevar era algo extraordinario; pero ella no perdía la esperanza. Allá por el año 1965 fue la primera vez que María vio la nieve; duró sólo unas cuantas horas y fue muy intenso para ella. Miraba al cielo y dejaba que su pequeña cara sintiera caer aquellos copos: una sensación extraña parecida al contacto con el agua...; más fría, muy fría. Sacaba su lengüecita y relamía las gotas que se deslizaban suavemente por toda su faz. Después de esa antológica jornada, la nieve desapareció. Y María se quedó triste, muy triste...

En esa época no se salía mucho de excursión; estaba claro que si no se iba a ver la nieve, ella tardaría en volver. No fue hasta su adolescencia cuando María fue por primera vez a Nuria, un pueblecito que sólo tiene un hotel y un monasterio. Es una pequeña estación de esquí en el Pirineo de Girona, de fácil acceso en tren y, lo más bonito, el trasbordo al famoso tren cremallera. Éste funciona mediante un sistema de engranaje con el que se agarra perfectamente a las subidas que nos vamos encontrando. Los paisajes son fantásticos, con grandes acantilados de una gran belleza.

Cuando llegó a su destino, María se quedó boquiabierta al ver aquella maravilla; ¡Montañas de nieve! Montañas de nieve que lo tapaban todo; como una preciosa estampa navideña. Todo el día disfrutaron con sus trineos, tirándose sin parar por aquellas pendientes llenas de nieve. No se cansaban, querían disfrutar de aquel momento hasta que ya no pudieran más de cansancio... Antes de dejar aquel lugar, María les propuso a sus amigas realizar un muñeco; todas se entusiasmaron mucho. Primero formaron una gran bola para la parte de abajo del cuerpo; después otra más pequeña para la parte de arriba y otra más redonda para la cabeza. Cuando acabaron pensaron: ¿y ahora como lo acabamos? Se sacaron una bufanda y se la pusieron en el cuello, después buscaron una pequeña rama con forma algo curvada y se la colocaron como boca; para los ojos, unas pequeñas piedras y para la nariz otra más alargada. Se quedaron contemplando su obra de arte y se sintieron satisfechas. Cuando marcharon se despidieron con lágrimas en los ojos; pero con la alegría de un pronto reencuentro.

María volvió después otras tantas veces a Nuria y a otros pueblos donde la nieve inundaba todas sus calles, convirtiéndolos en preciosas postales vivientes. En ellas se ve a sus habitantes dejando sus huellas en la nieve que desborda la calzada y cubre tejados, bancos, arbustos y hasta helaba lagos y fuentes. Entonces María siempre recordaba aquel bonito muñeco de nieve, que nunca podría olvidar.