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lunes, 28 de julio de 2008

LA MUSA DE LA INSPIRACIÓN


No puedo dejar de pensar en tantas cosas que tiene la vida, unas buenas y otras malas. A veces dominan unas y a veces otras. Cuando eres pequeña se imponen las primeras, y cuando te vas haciendo mayor, las segundas.

Yo siempre he creído que todo lo malo tarde o temprano se ha de pasar y siempre sucede por algo, que te ha de servir para tomar nota y aprender alguna cosa, aunque no se sabe bien qué es. Lo que está claro es que después de una vivencia dura, si miras la parte positiva creces mucho como persona. Ahora me estoy acordando cuando tuve mi segunda hija, fue una experiencia preciosa y durante dos años me entró una fiebre creativa tremenda, cogía los pinceles y no paraba de pintar. Probé técnicas nuevas para mí, pinté con acrílico sobre madera, componiendo montajes con tableros de diferentes medidas, uniendo unos con otros de manera que se podían cerrar y abrir formando una creación muy curiosa. Hice varias exposiciones, me sentía feliz y viva, muy viva. Me gustaba lo que realizaba y cada día sentía más ganas de emprender nuevos proyectos. Mi hija me daba esa energía. A ella también la dibujaba: en su cochecito, dormida, poniendo caritas...; en fin, de todas las maneras. Tenía mucha ilusión porque le encontraba mucho sentido a lo que hacía y mis amigos, amigas y familia me animaban a que continuara por ese camino. Pero, como todo en esta vida, cuando la subida es tan fuerte la bajada lo es más; y eso es lo que me sucedió, la inspiración se acabó y las ganas también, volví a la pintura clásica y de momento no me ha vuelto esa energía creadora.

Estoy en una época de mucha más tranquilidad; aunque nunca se sabe, en cualquier momento puede volver a pasar la musa de la inspiración, hasta entonces seguiré trabajando para que no me encuentre de vacaciones y piense que ya no la necesito.

viernes, 18 de julio de 2008

SIN UN ADIÓS


Un silencio sepulcral rodeaba aquella estancia, se podía cortar con un cuchillo y la soledad invadió aquel cuerpo hundido en la miseria. Sentado en una silla solitaria, en medio de la habitación, la vida no tenía sentido. ¿Qué haría ahora? Su mujer le había dejado de un día para otro y no entendía el porqué. No lo podía concebir y sobre todo lo que no comprendía era la falta de sensibilidad que mostraba, despidiéndose como se dice vulgarmente “a la francesa”, con una simple misiva en la que mostraba un considerable disgusto ante la actitud que él exhibía últimamente. Una actitud que según ella era de un desprecio inaguantable. Pero, ¿Cómo podía decir esas palabras? No era verdad, él vivía por ella y la quería con toda su alma. No entendía nada, ¿de quién hablaba? No se reconocía, imposible que hablara de la misma persona. Recordaba cuando se casaron, ¡Eran tan felices! ¿Qué pasó entonces? Con las manos tapándose la cara llora desconsoladamente. Llevaba dos horas en aquella silla y no se podía mover, esperaba que ella se lo pensaría y volvería; aunque en el fondo de su corazón sospechaba que no la vería nunca más. ¡Dios mío!, ¿Qué iba a hacer ahora?, sin Laura no era nada; su otra mitad, la mujer de su vida.

¡De pronto se levantó de un salto y decidió sin más ir a buscarla! Fue a casa de sus padres, estos no sabían nada, era la primera noticia que tenían, se quedaron estupefactos y él ahora sí que no comprendía nada. Si ni sus padres conocían su paradero la cosa era seria; pero lo que estaba claro es que se había ido, porque la carta era muy concreta en ese aspecto. Era extraño que se hubiera marchado desvinculándose de todo el mundo. Todos los días la buscaba, removió cielo y tierra, pero no apareció, y al final se tuvo que rendir.

Después de meses en los cuales sólo había en su vida una obsesión, la venda se le cayó de los ojos y decidió volver a su vida y empezar de nuevo. Poco a poco la imagen de su mujer se fue desdibujando. Y cuando ya la creía olvidada, un día de camino a su trabajo la vio en una esquina y entonces se dio cuenta que sus sentimientos seguían intactos. Una oleada sin freno lo invadió, dejándolo prácticamente paralizado. Cuando se encontró en condiciones se dirigió a saludarla y ella se quedó muy sorprendida al verlo. Le contó que después de aquel día necesitaba alejarse del mundo y estar sola, se marchó a un país muy lejano, donde encontró lo que él no le podía dar, necesitaba libertad y allí estaba, se sentía libre y bien consigo misma. Le deseó que fuera muy feliz y desapareció. Entonces también él se sintió liberado, la entendió un poco más; pensó que había sido bastante egoísta; aunque a partir de ese momento decidió que no valía la pena pensar más en esa persona y no le guardó ningún rencor.

viernes, 4 de julio de 2008

EL LIBRO


La sala de espera estaba desierta, se sentó y se puso a leer un libro de bolsillo. Pronto se sintió inmersa en aquella historia y no se dio cuenta cómo la estancia se iba llenando de gente. Salió la enfermera y comenzó a decir los nombres de los pacientes que habían de pasar; pero ella seguía leyendo y no se inmutó. Uno a uno fueron entrando a la consulta hasta que al final sólo quedaba ella. La enfermera, con su mirada fija en aquella señora, le habló:

-Señora, señora...

La enfermera increpaba a aquella mujer completamente invadida por el libro. Al no contestar, decidió acercarse. Le tocó el brazo y fue entonces cuando reaccionó:

-Pero, ¿qué?

-Ya han entrado todos los pacientes y usted sigue aquí.

-¡Ah!, ¿es que había más gente?

-Claro, la sala estaba llena. Usted, ¿no va a entrar?

-Sabe qué, volveré otro día; ahora sólo me interesa acabar esta historia y saber el final.

La enfermera se quedó perpleja y la mujer desapareció.

miércoles, 2 de julio de 2008

Las locuras de mi vida

En mi vida no he hecho muchas locuras, la verdad sea dicha; aunque alguna de las cosas que he realizado, a lo mejor ahora no las haría, por ejemplo ir de acampada, que a alguno le parecerá que no es para tanto; pero para mí era un suplicio, eso de sentarse en el suelo, no tener un lavabo para hacer tus necesidades y sobre todo dormir en una tienda que casi siempre era pequeñísima y no te podías mover, donde se te clavaban todas las piedras habidas y por haber; pero a pesar de los pesares yo iba a todas,¿Y Por qué? Porque iban mis amigos, amigas y algún amigo especial, en fin ya se sabe, había que sacrificarse por no sentirte marginada. En realidad no he hecho nada más, que se salga de lo normal, ah, bueno ahora recuerdo ¡Una vez hice autostop!, y diréis, ¡bah! no es para tanto, pues si, depende de la costumbre que tengas, y os explicaré las circunstancias que me llevaron ha colocarme en esa disyuntiva. Ese año trabajaba de interina en un pueblo de Cataluña que se llama Suria, aun no tenía coche y llegar hasta allí era un poco complicado, ya que el tren te dejaba en Manresa y después se había de coger un autobús bajándote en Suria , igual que a la inversa; pero el problema era que este autobús pasaba cada dos horas y si lo perdías lo llevabas claro, por lo que casi siempre a la gente que vivíamos en Barcelona nos acercaban al pueblo compañeros que vivían en Manresa y lo mismo al volver. Ese día llovía muchísimo y la compañera que me debía de llevar al tren no se acordó, entonces, bajé a ver si podía coger el autobús; pero la mala suerte hizo que por circunstancias de la vida acabara de marcharse. Yo no me podía pasar dos horas esperando el siguiente, encima no tenía ni un triste paraguas y no sabía que hacer. ¡De pronto pensé! ¿por qué no haces autostop?. Me daba un poco de ansiedad; pero así no podía continuar. Me puse en la carretera y con el dedo levantado sin mucha convicción empecé a hacer la señal, pasaban coches y coches y no paraban, incluso algunos me ponían perdida de agua. Me estaba mojando hasta los huesos, ya no sabía si levantar el dedo o quedarme allí plantada sin mover un miembro de mi persona; pero amigos, cuando uno se cree que está todo perdido, sucede el milagro. A dos metros delante de mí paró un coche. Un señor muy educado me dice: -¿Dónde va? . Yo miré a todos los sitios y al final pensé que se dirigía a mí.
-Voy a Manresa.
- Suba que le acercaré.
Ya dentro del coche me comentó que se había fijado en mi cartera y se había supuesto que era profesora, por lo que se decidió a parar. Yo le di las gracias y pensé que después de todo no había ido tan mal eso de hacer autostop; aunque en principio no lo volvería a intentar.
Como veis no tengo unas locuras muy locas, ya que quien más y quien menos le ha pasado algo así. Lo que si está claro es que si que me gustaría hacer alguna locura que nunca me he atrevido, por ejemplo decidir un día que quieres ir a París a celebrar mi aniversario de boda cenando en la torre Eiffel y volverte ese mismo día en avión, y aunque a mí me da mucho miedo el avión , un día es un día. Lo que nos pasa casi siempre es que nos pensamos muchas veces las cosas y no realizamos todo lo que nos gustaría hacer. En fin, aparte de esto que he comentado no tengo muchas ganas de hacer locuras, supongo que me hago mayor y me he serenado.



martes, 1 de julio de 2008

Un rincón inolvidable


Allí, en lo alto de aquella montaña me sentía tan pequeña... Miraba, y todo eran cadenas de cordilleras inacabables. Cogí mis pinturas y empecé a plasmar lo que veía, aunque me iba a resultar imposible reproducir tanta maravilla junta: tantos colores..., matices...; tantos, que probablemente me iba a quedar corta. Me había traído las acuarelas, una técnica para la que me bastaba un poco de agua, un bloc de dibujo y unos pinceles. Empecé primero por los tonos oscuros, sombras, tierras, azul de Prusia; y después los claros, azul cyan, verde esmeralda, ocres amarillos. Poco a poco aquello iba tomando forma. Al lado mío, mi hija, que entonces contaba con siete años, se puso a imitarme y también intentaba dibujar lo que veía. Se lo pasaba de fábula mezclando todos los colores e impregnando el papel con toda clase de tonos imitando los árboles, las montañas y alguna casa aislada que se divisaba en primer y segundo plano. El día aparecía despejado, sin apenas nubes, el cielo mostraba un azul intenso muy parecido al agua del mar cuando está limpia y cristalina. Yo no sé muy bien qué es la felicidad; pero en ese momento creo que la sentí. Me encontraba sumergida, como aislada del mundo, totalmente arrollada por unos sentimientos que surgían de mi interior y afloraban como una cascada hacia el exterior de mi persona y me empujaban a querer expresar aquella emoción de alguna manera; y qué mejor que con lo que sabía hacer, la pintura. Estaba absorta en aquella creación que salía de mis manos. Los árboles tomaban forma y volumen, el esqueleto de las ramas se incrementaba hasta completar toda la estructura. Con un pincel más pequeño daba unos pequeños toques que intentaban imitar las hojas que cubrían el ramaje. El primer plano ya estaba listo y ahora tocaba pintar el segundo. Intentaba encontrar aquellos colores más neutros y más agrisados, para que todas las montañas y árboles de este plano se alejaran y no restaran importancia a todo lo que teníamos más cercano. Me sentía bien, estaba consiguiendo encontrar los matices y tonos adecuados para representar la atmósfera y el ambiente que me rodeaba. Tan absorta en mi trabajo, apenas miraba el de mi hija que, como yo, disfrutaba de aquella experiencia tan singular; para ella representaba todo un divertimento y con él se encontraba completamente ensimismada. Después de mirar varias veces mi obra, por fin decidí darla por concluida. Me alejé un poco del cuadro y me sentí satisfecha. Verdaderamente el ambiente que me envolvía había quedado reflejado en aquel cuadro. Mientras yo observaba con satisfacción la labor realizada, mi hija me tocó por detrás y me dijo: —Mamá, yo también he acabado. Cogió su cuadro y lo puso al lado del mío. Lo miré y mi sorpresa fue inmensa. No podía ser, aquello sí que era una obra de arte. Los colores, sí, los colores con que mi hija había plasmado el momento conseguía reproducir todo el ambiente mágico de esas montañas que nos rodeaban. No se veían árboles bien hechos, ni cordilleras perfectamente delimitadas; aunque no hacía falta, ni mucho menos, los trazos y matices conseguidos nos daban una idea clara del lugar donde nos encontrábamos. Felicité a mi pequeña, cerré mi bloc y cuando llegué a casa le puse a su cuadro un precioso marco y lo colgué en mi habitación. Cada vez que empieza un nuevo día, miro aquella obra y me acuerdo de aquel rincón precioso que nunca, nunca olvidaré.

Recuerdos

Mi casa era muy pequeña, tan pequeña que dormíamos mi padre, mi madre y yo en la misma habitación. Recuerdo un patio con un pozo en el centro, y que en el año sesenta y dos cayó una gran nevada y el pozo se llenó de nieve. Después tuvimos que esperar varios días para que la nieve se deshiciera y poder sacar agua. Eran tres casitas muy pequeñas las que compartían aquel pozo; y las vecinas, muy agradables aunque un poco chabacanas, chillaban a todas horas.

Me acuerdo de la calle sin asfaltar toda llena de tierra, que cuando llovía formaba un gran lodazal y no se podía caminar, aunque lo bueno era que entonces no pasaban coches y así te pasabas las horas muertas jugando sin parar.

Tenía una amiga muy amiga con la que siempre estaba jugando. Un día me propuso de ir a la feria las dos solas y aunque éramos muy pequeñas yo le hice caso. Fui a casa, rompí mi cerdito hucha y cogí el dinero. Disfrutamos mucho montándonos en todo lo que pudimos; pero al volver ¡ay, lo que nos esperaba!. Mi madre me recibió hecha una furia y me pegó una buena tunda. Desde luego no lo volví a hacer más.